Midas era un rey que capturó a Sileno, una divinidad menor,
un viejo sátiro al que le gustaba el vino pero que era poseedor de una profunda
sabiduría y educó a Dioniso en su juventud.
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"Sileno borracho" Rubens |
Después de un tiempo, Midas llevó a Sileno ante Dioniso,
quien, encantado de haber recuperado a su viejo tutor y en agradecimiento por
lo bien que le habían tratado, decidió conceder a Midas un deseo.
Midas le pidió: “Que todo lo que toque con mi cuerpo se
convierta en resplandeciente oro”. La demanda fue satisfecha, y el rey pudo
comprobar la efectividad de su nueva facultad tocando toda clase de objetos que
se convertían en oro: una rama de encina, una piedra, un terrón del suelo, varias espigas de cereal, las
piezas de una puerta, una fruta, el agua que se deslizaba entre sus manos.
Midas estaba muy contento con su nuevo don, pero cuando se
dispuso a comer vio como todos los alimentos se convertían en oro al menor roce
de sus dientes. Tampoco podía beber, ya que los líquidos escapaban de su boca
como metal fundido. Muerto de hambre y de sed, le rogó a Dioniso que suprimiera
aquel regalo pernicioso.
Dioniso accedió y restableció a Midas a su condición
original, ya que éste demostró arrepentimiento. Pero Midas debería llevar a
cabo un ritual de purificación, bañándose en el nacimiento del río Pactolo
(Lidia). A partir de ese día la corriente del río empezó a arrastrar pepitas de
oro.
Esta es la leyenda que cuenta Ovidio en “Las Metamorfósis”,
sin embargo Midas fue un personaje real que se corresponde con uno de los
primitivos monarcas de Frigia. Gobernó durante el último tercio de siglo VIII a.C. y comienzos del VII a.C.,
etapa en la que los frigios (o brigios), alcanzaron su máximo esplendor, en una
extensa zona de Asia Menor (actual Turquía).
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En la localidad anatólica de Yazilikaya se alza esta fachada monumental llamada «tumba de Midas»,
del siglo VII a.C. En realidad, se trata de un templo dedicado a Cibeles.
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